El 10 de diciembre se cumplieron dos años desde que Milei asumió la presidencia argentina.

Si el balance de su primer año de gestión fue bastante positivo, destacando la fuerte bajada de la inflación y el logro de superávit fiscal, el segundo tiene un sabor entre agridulce y amargo. Y con riesgos de empeorar.

En este artículo analizamos suscintamente este segundo año mileísta en la Casa Rosada, poniendo el foco en la economía, siempre acuciante en Argentina. Sin más preámbulos, empecemos.

Tras la eliminación parcial del cepo este año, los argentinos se han lanzado a uno de sus deportes favoritos: comprar dólares para ahorrar o viajar.

Con el objetivo de mantener la inflación bajo control, el gobierno ha basado su política cambiaria en un dólar barato, lo que ha provocado un aumento significativo de las importaciones (los argentinos han descubierto lo que es comprar en Shein), y del turismo en el exterior.

La clase media, o buena parte de ella, vuelve a viajar a Miami y a Europa, mientras la industria argentina no puede competir con los productos extranjeros ante el desmantelamiento de determinadas medidas proteccionistas y un peso artificialmente alto.

Argentina se ha vuelto, de nuevo, un país caro. Un café en Buenos Aires, por ejemplo, cuesta unos 3 euros.

Producir en Argentina, en general, es cada vez más complicado, lo que impacta de lleno en el tejido productivo, sobre todo en las pymes, y en el empleo. Un deja vú del menemismo de los años ’90, donde la convertibilidad peso dólar trajo estabilidad y crecimiento económico, pero acabó en desastre (corralito de 2001). Al crecimiento económico en la era Milei, sin embargo, todavía se le espera.

Si al inicio de su presidencia Milei devaluó el peso, lo que generó un aumento momentáneo de la competitividad, luego apostó a mantener un dólar barato, tal vez para granjearse el apoyo de la clase media y buena parte de su electorado, pero a costa de hipotecar el crecimiento y la viabilidad económica de Argentina.

Junto a ello, se han reducido aranceles para un sinfín de productos, con el objetivo también de mantener a raya la inflación y ganar libertad económica, pero precisamente en un momento histórico en lo que predomina a nivel mundial es el proteccionismo.

Mientras su amigo Trump pone aranceles, Milei los quita.  Y pese a ello, la inflación cerrará el año en torno al 31% anual, una cifra todavía altísima, máxime teniendo en cuenta el contexto recesivo en el que se inscribe.

Por otro lado, y por temor a una suba del dólar, el Banco Central no ha mejorado sus maltrechas reservas internacionales, lo que genera fragilidad ante posibles turbulencias financieras globales o una crisis de la balanza de pagos, lo que ya sucedió en Argentina en numerosas ocasiones.

Las críticas a esta política cambiaria y económica (o más bien financiera) proceden de prácticamente todo el arco ideológico, y hasta del propio FMI.

Destacados economistas de tinte liberal, como Carlos Melconián, Hernán Lacunza o Alfonso Prat-Gay (los tres con diferentes responsabilidades en el gobierno de Mauricio Macri), vienen insistiendo desde hace más de un año en que el gobierno debe dejar de mantener el dólar artificialmente bajo, para que así la economía gane competitividad, y que el Banco Central debe acumular reservas, lo que generaría certidumbre y una baja del riesgo país mucho mayor.

El gobierno, no obstante, ha hecho oídos sordos, y la crisis, finalmente, estalló hace unos meses, cuando el dólar estuvo a punto de explotar y Argentina parecía dirigirse a un nuevo default. Tuvo que ser el Tesoro norteamericano quien rescatara no al país, sino a Milei, después de su derrota en las elecciones provinciales de Buenos Aires.

Scott Bessent, cual Mario Dragui con su famoso “whatever it takes”, aseveró que “The U.S. Treasury stands ready to do whatever is necessary within its mandate to support Argentina”. Un swap de 20.000 millones de dólares y la compra de pesos en el mercado local evitaron una estampida del dólar y una derrota de Milei, que finalmente ganó las legislativas de medio término, pero pusieron al descubierto las debilidades de su programa económico, muy centrado en la macroeconomía y la situación financiera, y que sin el apoyo de Trump habría explotado.

De momento, sin embargo, el gobierno ha recuperado oxígeno y parece dispuesto a corregir levemente el rumbo. Se ha flexibilizado el esquema cambiario y el BCRA ha comenzado a adquirir reservas.

De todas formas, lo que parece más preocupante es el esquema sobre el cual el gobierno quiere basar el crecimiento económico argentino de los próximos años: una economía extractiva basada en el petróleo, gas y minería, junto al siempre omnipresente maná del campo argentino, y otras actividades ligadas a la economía del conocimiento, todas ellas actividades con buenas perspectivas para Argentina, pero obviando a la industria tradicional, pieza fundamental en toda economía que se precie, y fuerte generadora de empleo, también en el caso argentino.

Un modelo, por tanto, que parece inviable para lograr un crecimiento económico que alcance a todas las capas de la población. Si ese fuera el objetivo, claro está.

En el plano político e institucional, el gobierno se ha visto reforzado tras las recientes elecciones, mientras que la oposición no acaba de encontrar el rumbo, ni la más frontal, encarnada en el peronismo-kirchnerismo, ni la más dialoguista conformada por otras fuerzas centristas que aspiran a convertirse en una tercera vía frente al modelo liberal-libertario actual o el populismo del pasado. Hay un determinado sector del electorado argentino que apostaría por esa vía, pero de momento está huérfano de dirigentes que susciten cierto entusiasmo.

Un punto destacable, también, es la aparición de casos de supuesta corrupción en el gobierno, que implicarían al círculo más íntimo del presidente, como su hermana Karina, o al propio Javier Milei, y que la justicia está investigando, en Argentina y en EEUU.

En resumen, este segundo año de Milei deja todavía muchas incógnitas abiertas, con una economía que no acaba de arrancar y una sociedad que comienza a reclamar resultados positivos tangibles, tras dos años soportando los recortes de la motosierra mileísta.

El 2026 deberá ser un año de quiebre respecto de la senda seguida hasta ahora, que reporte beneficios en el bienestar de la ciudadanía, si Milei quiere tener opciones de cara a su reelección en el 2027, y los argentinos, un futuro más o menos viable.

Veremos qué pasa.