Dice el tópico que la realidad supera a la ficción, aunque no siempre sea así.
En la era Trump 2.0, en cambio, la realidad nos está golpeando de una manera asombrosa. Si hubiera sido el argumento de una serie de Netflix de hace tan solo cinco años nos habría parecido un ejercicio de ciencia ficción un tanto artificioso. Una boutade. Pero es real.
Estados Unidos y Rusia negocian la paz en Ucrania sin uno de los contendientes. Y sin Europa.
Trump ha planteado una agenda de guerra comercial contra el mundo en supuesta defensa de los intereses de su país.
Y no solo en el plano comercial, sino amenazando también la soberanía de estados como Panamá o Dinamarca (Groenlandia), o incluso de sus vecinos México y Canadá.
Y un magnate tecnológico se ha hecho con el control de un departamento del gobierno de Estados Unidos con el objetivo de reducir el estado al mínimo. (¿Y agrandar su imperio al máximo?).
Todo en defensa del interés general americano. Por supuesto.
En el plano interno, la mitad del país apoya a Trump, y la otra mitad se encuentra huérfana de líderes, que están pasando su particular purgatorio para expiar su derrota, laboriosamente labrada a fuerza de error tras error, y que culminó con la sustitución del cartel electoral a última hora entre bambalinas.
Y en el plano externo, ¿qué está haciendo el resto del mundo?
Cada cual corre a salvar su trasero, intentando no irritar al monstruo para buscar su complacencia y evitar así las consecuencias de sus acciones.
México moviliza a su ejército hacia la frontera norte. Canadá refuerza su frontera sur. Y de momento logran una suspensión de las sanciones de su vecino. De momento.
Cada país, cada estado, también la Unión Europea, intentan adaptarse a la nueva situación reaccionando, es decir, actuando por efecto de un estímulo externo, más que de una forma consciente. Y mucho menos, por supuesto, coordinada.
Llevamos poco más de un mes de partido, pero de momento la estrategia le está funcionando bien a Trump.
En el caso concreto de Europa, nos ningunea en el conflicto ruso-ucraniano, nos pide que aumentemos el gasto en defensa, y no parece considerarnos ya un aliado, sino tan solo otro actor del que sacar provecho.
No podemos quejarnos que en esto Trump discrimine o parta de apriorismos. No atiende a la historia, a valores o principios compartidos, o a lazos de amistad. Si me sirves, eres mi amigo. Si no, estás del otro lado.
Pero tampoco sabemos si su accionar parte de una estrategia bien definida, o es producto de arrebatos. Conociendo al personaje bien podríamos pensar que la segunda opción tiene un peso considerable, y ello hace que la respuesta deba ser tanto más concienzuda.
¿Qué hacer desde Europa, entonces, ante este escenario?
La respuesta debería ser la firmeza. Firmeza desde una posición común y coordinada. Lo que de alguna manera intentó Macron reuniendo a los principales líderes europeos, pero sin resultados aparentes.
Europa, la Unión Europea, debería concentrarse en su desarrollo tecnológico y la modernización de su economía, como parece que la Comisión ha entendido ya, para poder competir con China y Estados Unidos y no quedarse atrás.
Ejercitarse y ganar músculo. También en defensa, ahora que Estados Unidos ya no parece un aliado fiable y el mundo se está convirtiendo en un lugar más hostil.
Pero sobre todo plantar cara al amigo americano, haciendo valer nuestras fortalezas y exponiendo lo que Estados Unidos puede perder en caso de entrar en una guerra comercial con nosotros. No dejarnos intimidar para no ponernos en una posición de debilidad y desventaja.
Europa tiene sin dudas áreas de mejora y la tarea es urgente. Pero contamos con activos importantes que debemos utilizar a nuestro favor.
Aprovechemos el momento y el envite de la Casa Blanca para salir reforzados. Nuestro futuro se juega hoy. Ganémoslo.