La invasión rusa de Ucrania bien puede volvérsele en contra a Vladimir Putin y significar no solo su derrota militar sino su caída como líder ruso. El fin de su régimen, la aparición de una verdadera democracia liberal en Rusia y el fin de la tutela de este país sobre su vecino ucraniano.
Tras poco más de tres días de operaciones militares, y tras un comienzo en que se vislumbraba un auténtico paseo militar ruso en Ucrania, la resistencia de la ciudad de Kiev al asedio al que está siendo sometida, la firme decisión del gobierno Zelenski de defender el país, la participación general de la población civil en dicha defensa, y, sobre todo, el anuncio del envío de apoyo militar a Ucrania por parte de los países de la OTAN y la UE, permiten albergar más que fundadas esperanzas de que Ucrania pueda resistir la invasión y Putin tenga que desistir de su plan de controlar dicho país.
La respuesta europea y de Occidente no puede quedarse tan solo en el plano de las sanciones económicas, sino que debe entrar de lleno en el terreno militar. Y si por prudencia, estrategia o simple imposibilidad la OTAN no puede intervenir con sus propias fuerzas en el conflicto, se debe prestar toda la asistencia militar necesaria al gobierno de Kiev para que sean las tropas ucranianas las que puedan defender el país con el armamento proporcionado por la Alianza Atlántica.
No quiero la guerra, nadie en su sano juicio desea una guerra, pero la guerra ya ha comenzado, la ha iniciado Vladimir Putin (Putin más que Rusia) y Ucrania tan solo está ejerciendo su derecho a la legítima defensa. Y en esa defensa debemos ayudar a Ucrania, y básicamente por dos motivos: por mera decencia para con los ucranianos y por nuestra propia seguridad en el continente.
Decencia para con los ucranianos porque no podemos permitir que un país europeo sea machacado por otro en pleno siglo XXI, su democracia destruida y se produzca un drama humanitario con cientos de miles de refugiados y desplazados internos. No podemos permitir otra Yugoslavia en el año 2022. La UE debe demostrar que ha aprendido la lección y que su intervención en el conflicto no se limitará a montar campos de refugiados y observar impasible el devenir de los acontecimientos.
Y por nuestra propia seguridad porque no podemos permitirnos volver a una Guerra Fría en Europa y que nuestro continente sea el escenario de un enfrentamiento entre dos bloques antagónicos. Están en juego nuestra seguridad y nuestro bienestar. Está en juego nuestro modelo de vida de las próximas décadas. Europa debe ser el continente en que avancen las libertades y la prosperidad económica, y no el campo de batalla entre la democracia liberal y una autocracia autoritaria.
Y más allá de Europa debe transmitirse un claro mensaje al mundo, y más concretamente a China: Occidente no aceptará el uso de la fuerza como arma de política exterior o de resolución de conflictos. Se debe evitar que China caiga en la tentación de imitar a su aliado ruso e intervenir militarmente en Taiwán. Parece que Pekín así lo ha entendido y que está actuando con cierta prudencia, pero es necesario reforzar el mensaje con una acción firme, rápida y decidida por parte de Occidente. Por ello el envío de ayuda militar a Ucrania debe acelerarse al máximo. No en las próximas semanas, sino en los próximos días.
Y por último, en el plano interno ruso, las manifestaciones de los últimos días en muchas de sus ciudades, a pesar de las detenciones y consecuencias negativas que conlleva participar en ellas, son un signo de esperanza y un síntoma de que un cambio de ciclo político en Rusia puede ser posible. El descontento de parte de su población – sobre todo los jóvenes – podría verse espoleado si el devenir del conflicto en Ucrania es desfavorable para Rusia y las sanciones de Occidente acaban golpeando la economía del país. Y dicho cambio podría acabar arrastrando también al régimen bielorruso, firme aliado de Moscú. La negativa de Kazajistán a reconocer la independencia de las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk y de enviar tropas a Ucrania también son ejemplo de un cierto cambio del tablero geopolítico en el espacio ex soviético.
Putin pretendía con su intervención en Ucrania fortalecer a Rusia como gran potencia y devolverle parte del poderío que perdió tras la caída de la Unión Soviética. Pero también, y sobre todo, fortalecer su propio liderazgo y perpetuarse en el poder. Tal vez le acabe saliendo el tiro por la culata y el resultado sea su caída y la de su régimen, su sustitución por una verdadera democracia en Rusia y el fortalecimiento de una Ucrania europea. En ese escenario la UE y la OTAN deberían actuar con la máxima prudencia y evitar caer en los mismos errores que se cometieron en el pasado. Se debería evitar la humillación de Rusia como país y se deberían respetar sus legítimas aspiraciones y necesidades de seguridad y defensa, como así también atender ciertas cuestiones internas de Ucrania – abordando el reconocimiento de la autonomía de algunas de sus regiones y una solución generosa a la cuestión de Crimea – pero siempre dentro del respeto a la soberanía de ambos países y la libre voluntad de sus pueblos de decidir su futuro.
Si bien Putin está poniendo en jaque no solo a Ucrania sino a todo el continente, y causando enorme dolor al pueblo ucraniano, si el resultado es el acabado de describir, se puede abrir un nuevo y prometedor horizonte para Ucrania y para toda la Unión Europa. Y tras la dolorosa carga de muerte y destrucción que habrá dejado el conflicto, podamos entonar un reconfortante Adiós Putin. Para ello es necesario que los líderes de la UE actúen con rapidez, decisión y firmeza. Está en juego nuestro futuro, el del pueblo ucraniano, y también el del pueblo ruso.